La noticia empezó a circular con fuerza el lunes por la tarde. Había una denuncia. El gobernador tucumano, Osvaldo Jaldo, descubrió que su CUIT había sido usado para importar paquetes de ropa del exterior, y lo que al principio parecía un caso aislado se transformó en un fenómeno con nombres pesados. Los de los gobernadores Axel Kicillof (Buenos Aires), Rogelio Frigerio (Entre Ríos), Marcelo Orrego (San Juan) y Sergio Ziliotto (La Pampa) también figuraban en los registros del sistema courier. Todos, aparentemente, habían sido “prestados” —sin saberlo— para burlar el límite de cinco envíos o U$S5.000 por año que imponen las normas.

En el centro del huracán, Valentina Olguín. Influencer, cantante, estrella de Instagram con más de 425.000 seguidores, y 192.000 en TikTok. Su contenido: moda, tendencias, challenges y una comunidad que la sigue con fervor. Hasta ese momento, Olguín era un rostro más de la farándula digital, esa que vive entre el brillo de los filtros y la fiebre de los likes.

“Es una causa vieja, de diciembre. Ya estaba por cerrarse”, deslizó entre sus conocidos cuando los medios la empezaron a nombrar. El expediente, en realidad se abrió en noviembre cuando Jaldo denunció que alguien había utilizado sus datos personales para realizar compras en una tienda de Miami, Estados Unidos. El caso comenzó a ser investigado por el fiscal federal Agustín Chit. El juez José Manuel Díaz Vélez autorizó una serie de medidas y así se descubrió que había hecho lo mismo con los otros cuatro mandatarios.

Sus mejores videos: Valentina Olguín, la estrella que hoy enfrenta una grave denuncia

Olguín aseguró que no vendía ropa, que todo lo que recibía eran canjes. Negó cualquier tipo de comercio, aunque los investigadores creen que sí habría vendido. Pero la trama ya se había viralizado, y sus redes, esas que alimenta día a día con looks y eventos, se convirtieron en un campo de batalla.

La influencer, sin declaraciones en sus redes

El algoritmo, esa fórmula que suele premiar la reacción de los seguidores, esta vez le jugó una mala pasada a Olguín. Bastó que la noticia de la denuncia se viralizara para que sus últimas publicaciones se llenaran de comentarios relacionados con la causa. Y ahí, entre elogios a su outfit o emojis de corazones, comenzaron a colarse mensajes filosos, irónicos y hasta cínicos.

“¿Si te paso mi CUIT me traés algo?”, se leía en una publicación donde Valentina lucía look casual. “Che, si evadís impuestos así, también podés evadir el hate, ¿no?”, ironizó otro. Algunos fueron más allá: “Por una vez en la vida una ciudadana estafó a cinco políticos. Está mal... pero no tan mal”, escribió alguien, cosechando decenas de likes. Y no faltaron los que la defendieron con fervor: “El único hate que tiene es de zurdosss”, lanzó un fan, como si todo fuera una batalla ideológica.

¿Quién es Valentina Olguín, la cantante acusada de usar datos de gobernadores para contrabandear ropa?

Las comparaciones con políticos, la crítica social encubierta de humor y las frases hechas como “ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón” comenzaron a formar un coro digital ruidoso, contradictorio y profundamente argentino. Incluso algunos usuarios reflexionaron en los comentarios sobre el doble estándar de la sociedad: “Ojalá abrieran los ojos así cuando los políticos nos roban en la cara. Setenta años de peronismo y van, ponen el voto de nuevo”, escribió otro, desplazando el foco hacia la indignación con el sistema.

En lugar de moderar la conversación, Olguín optó por el silencio. No desactivó los comentarios. No publicó descargos ni aclaraciones. No filtró. Dejó que los mensajes fluyeran, como si la cosa no fuera con ella. Esa actitud, entre indiferente y estratégica, sorprendió a muchos. Pero al mismo tiempo, continuó alimentando su contenido habitual.

En las últimas horas, la influencer subió historias desde eventos exclusivos, apareció junto a la ex Gran Hermano, Lucía Maidana, en el hotel Faena de Buenos Aires y hasta compartió imágenes en un show íntimo del rapero Rusherking.

Sus publicaciones, lejos de frenarse, aumentaron. Y lo mismo ocurrió con los comentarios relacionados al escándalo: cada historia era una nueva oportunidad para que alguien dejara una broma sobre el CUIT, los impuestos o los gobernadores. Pero también para que otros la defendieran a capa y espada. Porque si algo construyó Valentina en sus años de exposición digital, es un fandom fiel. Sus seguidores, que van desde adolescentes hasta adultos jóvenes, no solo consumen su contenido: la cuidan, la imitan, la sostienen.

En medio del escándalo, Valentina no perdió seguidores. Al contrario, ganó visibilidad. Algunos incluso sospechan que toda esta controversia, lejos de perjudicarla, terminó por reforzar su marca personal. En un ecosistema donde el alcance y la notoriedad importan más que la reputación, su caso es una prueba de cómo lo viral puede transformar un problema legal en una oportunidad de fama.